La temperatura ideal para disfrutar un buen queso

El queso es mucho más que un simple ingrediente: es una experiencia de sabor, textura y aroma. Sin embargo, uno de los errores más comunes es servirlo directamente de la nevera. Hacerlo puede afectar su sabor y reducir su potencial gastronómico. ¿Por qué? Porque la temperatura influye en la percepción de sus notas lácteas, su untuosidad y su aroma característico.

¿Cuál es la temperatura ideal para cada tipo de queso?

Cada queso tiene sus propias características y, por lo tanto, una temperatura ideal para su consumo:

Quesos blandos (como el brie o el camembert): entre 18°C y 20°C. A esta temperatura, su textura se vuelve más cremosa y su sabor se despliega por completo.

Quesos semiduros y duros (como el gouda, cheddar o parmesano): entre 22°C y 24°C. Esto permite que su estructura firme se suavice ligeramente y sus notas saladas y afrutadas se perciban mejor.

¿Cómo lograr la temperatura ideal?

Si bien los quesos deben conservarse en refrigeración para mantener su frescura, es recomendable sacarlos con anticipación antes de servirlos. Aquí algunos consejos prácticos:

  1. Sácalos del refrigerador con tiempo

Los quesos blandos necesitan al menos 30 minutos a temperatura ambiente.

Los quesos semiduros o duros requieren entre 45 minutos y una hora.

  1. Córtalos justo antes de servir

Evita cortar los quesos con demasiada anticipación, ya que pueden perder humedad o absorber olores del ambiente.

  1. Usa una tabla adecuada

Para una mejor presentación y experiencia, utiliza una tabla de madera o pizarra, que ayuda a mantener una temperatura más estable.

  1. Evita fuentes de calor directas

Aunque el objetivo es que el queso alcance su mejor temperatura, no lo expongas al sol o a fuentes de calor, ya que podría derretirse en exceso y perder su estructura.

El toque final: maridaje y acompañamientos

Ahora que tu queso está en su punto perfecto, acompáñalo con ingredientes que realcen su sabor:

Pan artesanal o galletas neutras.

Frutas frescas como uvas, peras o higos.

Frutos secos como nueces o almendras.

Mermeladas o miel para contrastes dulces.

Un buen vino o cerveza artesanal, dependiendo del tipo de queso.

Siguiendo estos consejos, cada bocado será una experiencia sensorial completa. No dejes que el frío de la nevera opaque el sabor de un buen queso: dale el tiempo necesario para revelar toda su magia. ¡Disfrútalo como se debe!

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